El suicidio colectivo como tributo a la fantasía
Hasta donde llegaron las narices de los vecinos, Marsahll Applewhite, 66 años, líder de la secta "Heaven Gate" (Puerta del Cielo), parecía inofensivo: "El contacto con nosotros era mínimo" -redondea Bill Srong, vecino del lugar-. Entraba dos o tres veces por semana en diversos vehículos. Saludaba de tanto en tanto.
Al igual que su rebaño: las 38 personas de edades y sexos dispares que anunciaron por Internet su drástica decisión de despojarse de las ataduras terrenales, sus propias vidas, como si hubieran sido ropas raídas.
Alquilaron para ello una casa de arquitectura española y tejas rojas que corana la colina con la blancura de su fachada. Tiene nueve habitaciones, siete baños, piscina y cancha de tenis. Cerca del cielo, cual reflejo del macabro culto, los cadáveres de Applewhite y de los suyos demostraron cuán lejos puede llegar la imaginación. O, acaso, la convicción.
El dueño quiere vender la casa desde hace años, pero, a falta de un interesado capaz de desembolsar 1.600.000 dólares (costaba 1.350.000 en 1995, según los registros inmobiliarios), prefirió alquilarla y lotear el terreno, de modo de recuperar algo de dinero que se evapora en impuestos y en mantenimiento.
Gente medio extraña
"La calle termina en el portón de la casa -describe Alejandro Orfila en una charla con La Nación -. Es el límite con el barrio que está detrás de la colina. Fuimos con el permiso de los inquilinos y nos encontramos en el jardín con dos personas, una señora y una niña. Tenían un aspecto medio extraño. Medio raro, usted sabe." La agente inmobiliaria, según cuenta, les explicó a los dos miembros de la secta el motivo de la visita, ya que Alejandro Orfila quería comprar aquella casa. Ellos asintieron y entraron en la casa, corteses.
"Fue mi único contacto -continúa Orfila-. Después me enteré por la televisión de lo que había ocurrido. Pasé por ahí antes de que la policía prohibiera el acceso y de que los periodistas montaran sus guardias. Francamente, no podía creerlo". Como todos, aunque poco y nada supieran del monasterio, según la definición que uno de ellos brindó en su momento a Al Vignato, el dueño del lavadero de autos al cual frecuentaban.
Applewhite, hijo de un pastor presbiteriano, llevaba una vida aparentemente normal hasta que, a comienzos de los 70, renunció a su mujer, a sus dos hijos y a su cargo de profesor de música en la Universidad de Alabama. Había obtenido un máster de pedagogía en esa disciplina en la Universidad de Colorado.
En Houston, Texas, su nuevo hogar, desempeñó idéntico trabajo en la Universidad Santo Tomás y dirigió durante varios años el coro de la Iglesia Episcopal de San Marcos.
Entre los ideales de la secta fundada por él figuraba la austeridad y la obsesión por la higiene, prescindiendo del alcohol y del sexo, presumible razón del descubrimiento de castraciones de larga data en algunos de los cuerpos.
Hasta donde llegaron las narices de los vecinos, Marsahll Applewhite, 66 años, líder de la secta "Heaven Gate" (Puerta del Cielo), parecía inofensivo: "El contacto con nosotros era mínimo" -redondea Bill Srong, vecino del lugar-. Entraba dos o tres veces por semana en diversos vehículos. Saludaba de tanto en tanto.
Al igual que su rebaño: las 38 personas de edades y sexos dispares que anunciaron por Internet su drástica decisión de despojarse de las ataduras terrenales, sus propias vidas, como si hubieran sido ropas raídas.
Alquilaron para ello una casa de arquitectura española y tejas rojas que corana la colina con la blancura de su fachada. Tiene nueve habitaciones, siete baños, piscina y cancha de tenis. Cerca del cielo, cual reflejo del macabro culto, los cadáveres de Applewhite y de los suyos demostraron cuán lejos puede llegar la imaginación. O, acaso, la convicción.
El dueño quiere vender la casa desde hace años, pero, a falta de un interesado capaz de desembolsar 1.600.000 dólares (costaba 1.350.000 en 1995, según los registros inmobiliarios), prefirió alquilarla y lotear el terreno, de modo de recuperar algo de dinero que se evapora en impuestos y en mantenimiento.
Gente medio extraña
"La calle termina en el portón de la casa -describe Alejandro Orfila en una charla con La Nación -. Es el límite con el barrio que está detrás de la colina. Fuimos con el permiso de los inquilinos y nos encontramos en el jardín con dos personas, una señora y una niña. Tenían un aspecto medio extraño. Medio raro, usted sabe." La agente inmobiliaria, según cuenta, les explicó a los dos miembros de la secta el motivo de la visita, ya que Alejandro Orfila quería comprar aquella casa. Ellos asintieron y entraron en la casa, corteses.
"Fue mi único contacto -continúa Orfila-. Después me enteré por la televisión de lo que había ocurrido. Pasé por ahí antes de que la policía prohibiera el acceso y de que los periodistas montaran sus guardias. Francamente, no podía creerlo". Como todos, aunque poco y nada supieran del monasterio, según la definición que uno de ellos brindó en su momento a Al Vignato, el dueño del lavadero de autos al cual frecuentaban.
Applewhite, hijo de un pastor presbiteriano, llevaba una vida aparentemente normal hasta que, a comienzos de los 70, renunció a su mujer, a sus dos hijos y a su cargo de profesor de música en la Universidad de Alabama. Había obtenido un máster de pedagogía en esa disciplina en la Universidad de Colorado.
En Houston, Texas, su nuevo hogar, desempeñó idéntico trabajo en la Universidad Santo Tomás y dirigió durante varios años el coro de la Iglesia Episcopal de San Marcos.
Entre los ideales de la secta fundada por él figuraba la austeridad y la obsesión por la higiene, prescindiendo del alcohol y del sexo, presumible razón del descubrimiento de castraciones de larga data en algunos de los cuerpos.
Juntos en el espacio
Pero Applewhite se enamoró en 1972 de una enfermera, Bonnie Lu Nettles. Ambos compartían la pasión por la astrología y por la reencarnación. Tan dichosos eran que llegaron a la conclusión de que habían estado juntos en sus otras vidas, cuando habitaban los cuerpos de seres extraterrestres.
Al parecer, él estuvo en determinado momento al borde de la muerte y ella, su enfermera, convino en que todavía no había llegado la hora de emprender su viaje definitivo.
Ti y Do, nombres derivados de las notas musicales, también se hacían llamar Winnie y Pooh, Bo y Peep, y Chip y Dale. Eran la pareja perfecta. En Houston abrieron una librería especializada en metafísica y en esoterismo, circunstancia que les habrá servido de puente para establecer vínculos con crédulos de Texas y de otros Estados cercanos.
Applewhite, sin embargo, habría estado internado por decisión propia en una clínica psiquiátrica a raíz de sus tendencias homosexuales, desencadenante de problemas con el alumnado mientras dictaba clases, según trascendió ayer.
Nettles murió en 1985, pero él, guiado por una fe ciega en la relación de los ovnis con la Biblia, insistió en su prédica, tiempo después facilitada con la comunicación vía Internet. A tal extremo llegó en la secta el uso de la tecnología que sus miembros grabaron poco antes de arrancarse la vida, de dos en dos, un macabro video de despedida. En él expresan en general su felicidad por ascender al Reino de Dios.
"Quizá mis compañeros estén locos, no lo sé -declara una mujer, la única que parece triste-. No tengo otra alternativa que ir con ellos. He estado 31 años en este planeta y ya no hay nada más para mí aquí." Lo curioso es que los 38 seguidores de Applewhite, apellido ligado por obra de la casualidad con el mundo de la computación, no eran fanáticos con la boca abierta y con la mente cerrada ni adolescentes en tren de rebelarse ante sus padres, sino gente con educación suficiente como para manejar con éxito el negocio de Internet.
Aunque estuvieran convencidos de que eran extraterrestres, de que habitaban temporalmente en sus cuerpos y de que pronto serían uno en la fabulosa nave espacial que ya estará lamiendo la cola del cometa Hale Bopp. Murieron, en todo caso, como tributo a la fantasía.
La soledad, un desencadenante
En estos días, varios catedráticos norteamericanos procuran dejar en claro que el interés de chicos y grandes por las películas sobre otros mundos, como Star Trek (Viajes a la estrellas) y Star War (La guerra de las galaxias), no puede ser considerado una invitación al suicidio colectivo.
Lo afirmó, entre otros, Ronald Enroth, sociólogo del Westmont College, de Santa Bárbara, California, que estuvo cerca de las teorías de Applewhite, pero que desertó en cuanto supo que debía separarse de su familia y olvidarse de sus pertenencias con tal de emprender, en un futuro aún incierto, el funesto viaje astral.
De las historias de los miembros surge que muchos eran solitarios, o que habían tenido problemas en el matrimonio, o que procedían de familias quebradas en sus afectos. ¿Qué recibieron de Applewhite? Un bombardeo de amor que, en esas circunstancias, habrá resultado un elixir para seguir viviendo.
Sus parientes poco y nada supieron de ellos en los últimos años. Sólo que habían vivido en comunidad y que habían vagabundeado de colegio en colegio y de iglesia en iglesia hasta que la casa de la colina, ya asentados en el negocio de las computadoras, se convirtió en la base de lanzamiento de una locura. Que, regada de vodka y de calmantes, pagaron con sus vidas.
Castrarse para ser más serviles
Los hombres del culto astral de la muerte que dicidieron castrarse pudieron haberlo hecho en un gesto de sometimiento a su líder, o para desprenderse por siempre del apetito carnal, como dice la Biblia, "causa del reino de los cielo", dijeron los expertos.
En general, la remoción de ambos testículos elimina casi toda la testosterona del cuerpo del hombre y puede hacerlo un seguidor más fiel.
"La castración pudo haber sido para hacerlos más serviles y eliminar cualquier urgencia de agresión innata en ellos", especuló el Dr. Mark S. Litwin, urólogo de la Universidad de California en Los Angeles.
Sin los testículos, "los hombres tienden a ser dóciles, menos agresivos, menos resistentes y tal vez más sumisos a hacer todo lo que les sea pedido", dijo Litwin.
Marshall H. Applewhite, que pregonaba un ideal de inmortalidad andrógina a sus seguidores en el culto Heaven`s Gate (Puerta del Cielo), parece haber sido castrado hace mucho tiempo, y a algunos de sus seguidores también se les había removido quirúrgicamente sus testículos, dijo el médico forense Brian Blackbourne.
Un indicio podría encontrarse en la Biblia, en Mateo 19:12, que dice "de eunucos que se hicieron eunucos por causa del reino de los cielo"`.
Cuerpos desechables
El doctor Louis Jolyon West, profesor de psiquiatría de la Universidad de California en Los Angeles y experto en cultos, señala que "hay ciertos individuos con problemas mentales cuya patología los lleva a decidir castrarse".
West señala que el concepto de castidad para Applewhite podría haber estado basado en "algún elemento de su psicopatología que lo hizo pensar que tenía que deshacerse de sus testículos".
Dado que Applewhite consideraba al cuerpo humano como un recipiente desechable para el espíritu, la castración sería "solamente una cuestión de cambiar las características del vehículo personal, de deshacerse del neumático de refacción", dijo West.
Stephen O`Leary, experto en religiones apocalípticas de la Universidad del Sur de California, dijo que nunca vio semejante tipo de mutilaciones en los cultos existentes actualmente en Estados Unidos.
Sin embargo, señaló un precedente histórico en una secta apocalíptica rusa denominada Skoptsi, que quiere decir "los castrados".
"Ellos creían que se encontraban en el fin de los tiempos y se castraron como muestra de su dedicación absoluta", dijo O`Leary.
Por su parte, Robert S. Ellwood, profesor de esa misma universidad citó el caso de un escriba cristiano que vivió en Alejandría en el siglo II de nuestra era.
El escriba, llamado Origen, fue "condenado como un hereje porque tenía creencias en alguna forma similares a las de este grupo y también se había castrado".
Fuente: lanacion.com.ar
Como en los tiempos antiguos, cuando la aparición de un cometa se consideraba presagio de desastres, durante la Semana Santa de 1997 el cometa Hale-Bopp fue tomado como emisario para el suicidio colectivo de 39 miembros del culto La Puerta del Cielo, en una mansión de San Diego, California. Se fueron convencidos de que iniciaban un viaje, escondidos en la cola del cometa. Los líderes del grupo, Bonnie Lu Trusdade y Marshall H. Applewhite, habían hecho su aparición pública en 1975 en California. La pareja aseguraba pertenecer al mismo grupo que Jesús, un extraterrestre que había llegado a la Tierra hacía dos mil años.
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