Estimados lectores, quiero
escribirles del diablo.
Sé que es un personaje antipático; dicen que también es
feo, pero de él quiero escribir hoy. En realidad, más que del diablo voy a
escribir de los demonios humanos, es decir, de los muchos adoradores que el
diablo tiene hoy en el mundo.
En agosto de 1969, a raíz de
tos crímenes cometidos en California por los miembros de la llamada familia
“Monron”, el diablo recobró actualidad en Norteamérica y en otros muchos países
de nuestro desquiciado mundo.
Salieron a la luz pública
asociaciones que ya practicaban estos ritos demoniacos y se crearon otras
nuevas. La magia negra, la brujería y el culto al diablo hacen furor en ese
gran país del norte. Richard Woods dice que en Norteamérica hay en la
actualidad unas 80,000 brujas blancas, de ellas 6,000 en Chicago. Unas 400
principales organizaciones se dedican a rendir culto al diablo en los Estados
Unidos de América. Tan sólo en Nueva York existen 500 “capillas” donde se adora
al diablo. Un conocido evangelista, Morris Cerullo, que hacía competencia a
Billy Graham en Norteamérica, publicó un libro sobre este tema, fruto de cinco
años de investigaciones en el pais. Según Cerullo, diez millones de
norteamericanos practican la brujería y unos 100,000 adoran al diablo.
Entre las asociaciones que
existen, la más conocida es la “Iglesia de Satanás”, en San Francisco de
California. Fue fundada en 1966 por un antiguo domador de circo llamado Antón
Isander Lavey. La “Iglesia de Satanás” empezó en una casa de 13
habitaciones que Lavey alquiló en las afueras de la ciudad de San Francisco y
decoró interiormente con los objetos más macabros que pudo hallar: calaveras,
candelabros, una biblioteca bien surtida de obras sobre el diablo.
La gente empezó a fluir
el negocio prosperó. Lavey abrió otras “Iglesias de Satanás” en diferentes
estados del país y escribió una “Biblia” llamada “Biblia Satánica”. Con la
cabeza afeitada a lo Yul Brynner, barba mefistofélica en punta y rojas túnicas
de terciopelo sobre sus hombros con adornos “hipies” sobre el pecho, Lavey
oficiaba para sus numerosos visitantes, que habían de pagar sustanciosas sumas
por formar parte en estos cultos al diablo. En el altar de la adoración Lavey
colocaba invariablemente a una muchacha desnuda y desnudos también habían de
adorar los ya iniciados en el culto satánico.
La gran tragedia que se
esconde en el fondo de estos ritos y representaciones grotescas es que el
hombre de hoy, en el fondo, no cree en el diablo; no cree en el diablo porque
tampoco cree mucho en Dios. De ahí esas parodias, burlas y juegos ocultos,
tomando por pretexto al diablo para envanecerse en su incredulidad.
“El mal de nuestro mundo
—escribe José María Souvirón en “El príncipe de este siglo”— no radica
solamente en que se haya dejado de creer en Dios, sino también en que se ha
dejado de creer en el demonio… cuando el maligno hace su habitación en las
criaturas —en el corazón o la inteligencia de los hombres— necesita un hueco
para estarse allí; pero con algo en tomo: una oquedad hecha lógicamente en
algo… un interés excesivo por conocer el mal puede indicar una disposición para
entregarse a él”.
Esta última frase de Souvirón
pone el dedo en la llaga. En el corazón y en la mente de esos seres humanos que
tanto se interesan por jugar al diablo y los demonios, existe, en realidad, una
disposición a entregarse al enemigo de las almas. Viven, como afirma el apóstol
Pablo, con el entendimiento cegado por la astucia de Satanás. Su error
principal consiste en imaginar al diablo como un invento necesario de las
religiones para atemorizar al hombre.
Olvidan que el diablo es un
ser tan real y tan personal como el mismo Dios. La Biblia traza su biografía
con abundancia de textos desde el mismo momento en que su orgullo y rebeldía le
convirtieron de querubín luminoso a príncipe del mal. Y seguirá hasta el
instante futuro en que será definitivamente arrojado al lago de fuego y azufre,
donde será castigado eternamente (Apocalipsis 20.10).
El diablo, que fue el autor de
la primera rebelión misteriosamente desarrollada en los cielos, fue también el
culpable del primer pecado y del primer crimen. La influencia que ejerce en el
ser humano de nuestros días es inmensa. Individuos como Charles Manson, con sus
greñas al aire, su mirada diabólica y sus instintos criminales, son una clara
muestra del poder que hoy está ejerciendo el diablo en el Medio Oriente, África
y otras partes, provocando que los hombres vivan conforme a la voluntad del
príncipe de la potestad del aire (Efesios 2.2-3). En estos días Satanás ataca a
la humanidad cegando el entendimiento de los incrédulos, para que no les
resplandezca la luz del Evangelio de la gloria de Cristo (2 Corintios 4.3,4).
La Biblia dice que “el que
hace pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio” (1 Juan
3,18); en la parábola del sembrador Jesús dice que “la cizaña son los hijos del
malo” (Mateo 13.38), En este sentido, el diablo es hoy día padre de familia
numerosa. Quizá se deba a esto el que cuente incluso con la protección de los
gobiernos.
Sin embargo el diablo fue vencido por Cristo en las tres grandes etapas de su
vida —en su nacimiento, escapando a la matanza de Heredes; en su juventud,
viviendo una vida de pureza total, y en su muerte, “despojando a los principados
y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la
cruz” (Colosenses 2.15).
De igual manera nosotros podemos vencer al diablo, si nos refugiamos en Cristo.
Asi lo dice la Biblia en una amonestación: “Someteos, pues a Dios; resistid al
diablo y huirá de vosotros” (Santiago 4.7).
Millones de jóvenes en todos
los países viven esclavizados del diablo, presos en sus garras de muerte. Los
jóvenes de hoy viven espiritualmente muertos. Cristo, el Hijo de Dios, que es
la vida, que sacó a la luz la inmortalidad por medio del Evangelio, no quiere
muertos espirituales. Lo mismo que entonces, Cristo se pone hoy delante de toda
esa juventud extraviada, sin conciencia de sí misma, y le repite las palabras
que dijo al muerto de Naín: “Joven, a ti te digo, levántate”.
Levántate, amigo joven, de tu
vida arruinada. Levántate de esos escombros convencionales que están
sepultándote lentamente en la muerte moral y espiritual. Levántate, arroja tu
parálisis espiritual a otras latitudes y sigue tras los pasos de Cristo.
Cuando el apóstol Pablo, tras su experiencia en el camino de Damasco se encerró
sin ver en las reducidas dimensiones de una habitación en penumbra, un enviado
de Dios llamado Ananías se le acercó y le dijo palabras parecidas a las que el
Señor dirigió al joven muerto de Naín: “¿Por qué te detienes? Levántate y
bautízate y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22.16).
—Rafael H. Beriránd Santa
Rosa de Copan. Honduras
Fuente: conpoder.com
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